sábado, 4 de noviembre de 2006

Gucci en los ojos, Prada en los pies


Gucci en los ojos, Prada en los pies

por Félix Jiménez Thursday, Dec. 08, 2005 at 8:06 PM

¿Dónde está esa belleza deseada en medio de tanta autodestrucción? Habría que preguntarle al Papa Ben, al Papa Prada, como le llaman ahora los medios de comunicación europeos. Dice el Independent de Londres que tras su transformación fashionista el Papa Benedicto XVI parece ahora un personaje de una antigua serie televisiva: un sacerdote que poco a poco fue tentado y abandonó sus hábitos celibatescos sin abandonar sus hábitos textiles.

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En el Desfile de Macy’s en Nueva York el globo de M&Ms impactó un poste eléctrico y desprendió un pedazo que cayó sobre una mujer de 26 años y su hermana de once. Ese mismo día en Mahmoudiya, Irak, una bomba explotó frente a un hospital donde soldados entregaban juguetes a los niños de la localidad, dejando más de 30 heridos. La conexión de los dos eventos es clara, contundente: el globo gigante auspiciado por los chocolates de las noches infantiles que no se derriten fue empujado por el viento hasta chocar exactamente frente a un anuncio de reclutamiento militar en Times Square, signo de que las cosas no están muy bien ni en el cielo ni en la tierra.

Los signos llegaron justo días antes de que cayera desde el cielo del Vaticano el documento - la “Instrucción” - de la Iglesia Católica que prohíbe la ordenación de sacerdotes que hayan mostrado alguna conducta homosexual por los pasados tres años, lo que sin duda obligará a un comportamiento similar al don’t ask, don’t tell del ejército estadounidense. Quizás por ahí es que los vientos del (cero) cambio establecen otra conexión: el Vaticano adoptando políticas militares estadounidenses como regalo navideño.

Quizás los relacionistas públicos del Vaticano - y los tienen, los tienen - podrán decir que el orgulloso portador de zapatos Prada rojos y gafas Gucci, el metrovaticanal Papa Benedicto XVI, antes Joseph Ratzinger, sólo esta a punto de avalar lo que su antecesor prometió en 2002 - una política más clara sobre el papel de los homosexuales en la Iglesia Católica que responda a los escándalos de pederastia que costaron millones de dólares a las arcas de las arquidiocésis estadounidenses y la deshonra merecida de decenas de sacerdotes. Dirán que el Papa está evitando que el globo de su Iglesia choque con la realidad y se desinfle.

Pero esto no se trata de homosexualidad, sino de pederastia. Más que filosófico o eclesiástico, el problema que presenta el corto texto de 21 párrafos es uno semántico, de definiciones confusas y de términos inventados para justificar la acción. Dice que los “homosexuales activos” no pueden ordenarse, pero los “homosexuales inactivos” sí. Que los que tienen “tendencias homosexuales transitorias” que han terminado de transitar sí pueden, pero los que están en medio de lo que denomina “adolescencia inacabada” no. Está diciendo entonces el Vaticano que la homosexualidad es un tránsito natural de juventud que se descarta luego? Eso sería noticia. ¿Implica el Vaticano que ser un homosexual activo es lo mismo que ser un heterosexual inactivo? La filosofía del On/Off, del prende y apaga, que despliega el documento suena a la ley de bancarrota, ya que otorga tres años de limbo en la tierra a los que se han extralimitado en su crédito sexual. Tres anos para qué, para que “limpien su record”? Para entrar a un programa de reasignación de preferencias, para apagar lo prendido? Y qué con el 25 al 50 por ciento del total de los sacerdotes católicos ya identificado como homosexual, según un estudio realizado por el sacerdote Donald Cozzens, autor de The Changing Face of the Priesthood. Y - a fin de cuentas - no sigue siendo sospechosa la necesidad del Vaticano de “sexonometrar” a los candidatos al sacerdocio?

Hay una violencia teórica que sobrepasa la realidad de la situación. Una ferocidad vengativa que, como vemos, va en contra de la Iglesia misma, contra sus estructuras vividas y conocidas - no las imaginadas - y sus paredes que deben ser incluyentes. Dentro hay confusión; afuera todo es imagen, Public Relations spin. Y en Puerto Rico las controversias que tienen en su centro el mundo gay siempre son manejadas pobremente por la prensa, que se circusncribe a ponerle el micrófono cerca de la boca a uno de tres autonombrados y mediáticamente bautizados portavoces de los defensores y opositores de las causas gay en el país. Ya ha escuchado todo el mundo lo que piensan y sienten, y poco tienen que aportar con su discurso monolítico de “las causas” cuando deben ampliar el rango de la discusión. Por eso, sería mejor hablar sobre la “adolescencia inacabada” heterosexual de los sacerdotes que se ve en las cortes todos los días.

Dos sacerdotes recientemente fueron encontrados no culpables en Puerto Rico por jurados que oyeron las historias de abuso de niñas que lloraron al relatarlas. Un reverendo se encuentra en la misma situación. Eso no puede traer paz en la tierra ni allá arriba tampoco. Son acaso también presas de “heterosexualidad transitoria” estos liberados sacerdotes, condonados por iglesia y sociedad?

Susan Sontag narró una vez cómo el Papa Juan Pablo II, luego de los primeros escándalos de 2002 y para acallar a los criticos, resumio su visión de la Iglesia Católica con este comentario: “Una gran obra de arte puede ser manchada, pero su belleza permanece. Y ésta es una verdad que cualquier crítico intelectualmente honesto concedería”. En esa gran “obra de arte” propuesta, la mancha es la pedofilia, recuerden. Que no se intente de nuevo equipar la mancha con la homosexualidad y llamarle belleza a una purga.

¿Dónde está esa belleza deseada en medio de tanta autodestrucción? Habría que preguntarle al Papa Ben, al Papa Prada, como le llaman ahora los medios de comunicación europeos. Dice el Independent de Londres que tras su transformación fashionista el Papa Benedicto XVI parece ahora un personaje de una antigua serie televisiva: un sacerdote que poco a poco fue tentado y abandonó sus hábitos celibatescos sin abandonar sus hábitos textiles. El italiano Corriere della Sera apuntó que el Papa porta “las camisas mejor almidonadas en la historia de la cristiandad”. Además, alega que cambió de diseñador después de una riña con sus antiguos sastres porque uno de sus modelos le quedó muy corto. Se preocupa más por el largo de sus vestiduras que por el ancho de su Iglesia. Sus gafas Serengeti y Santos de Cartier al parecer le impiden la mesura de las acciones y hasta la imposición de un límite al alto costo de sus sandalias de pescador. Hay mucha belleza material alrededor de Benedicto XVI. Los globos chocan, las bombas explotan y leer entrelíneas puede ser muy difícil para un Papa con Gucci en los ojos y Prada en los pies.

El autor es profesor visitante de literatura comparada en la Universidad de Columbia.

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